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Elizabeth Kübler-Ross: La connotada
científica que confirmó que sí existe el Más Allá
4 junio, 2015 TerapiaDirecta guioteca.comElizabeth Kübler-Ross
Esta médico y psiquiatra suiza recabó centenares de testimonios de
experiencias extracorporales, lo que la llevó a concluir que “la
muerte no era un fin, sino un radiante comienzo”.
La doctora suiza Elizabeth Kübler-Ross se convirtió en el siglo XX
en una de las mayores expertas mundiales en el tétrico campo de la
muerte, al implementar modernos cuidados paliativos con personas
moribundas para que éstas afrontaran el fin de su vida con serenidad
y hasta con alegría (en su libro “On death and dying”, de 1969, que
versa sobre la muerte y el acto de morir, describe las diferentes
fases del enfermo según se aproxima su muerte, esto es, la negación,
ira, negociación, depresión y aceptación). Sin embargo, esta médico,
psiquiatra y escritora nacida en Zurich en 1926 también se
transformó en una pionera en el campo de la investigación de las
experiencias cercanas a la muerte, lo que le permitió concluir algo
que espantó a muchos de sus colegas: sí existe vida después de la
muerte.
La férrea formación científica de esta doctora, que se graduó en
psiquiatría en Estados Unidos, recibiendo posteriormente 23
doctorados honoríficos, se pondría a prueba luego de que a lo largo
de su prolongada práctica profesional los enfermos moribundos a los
que trataba le relataran una serie de increíbles experiencias
paranormales, lo que la motivó a indagar si existía el Más Allá o la
vida después de la muerte. Así, se dedicó a estudiar miles de casos,
a través del mundo entero, de personas de distinta edad (la más
joven tenía dos años, y la mayor, 97 años), raza y religión, que
habían sido declaradas clínicamente muertas y que fueron llamadas de
nuevo a la vida.
“El primer
caso que me asombró fue el de
una paciente de apellido
Schwartz, que estuvo
clínicamente muerta mientras se
encontraba internada en un
hospital. Ella se vio deslizarse
lenta y tranquilamente fuera de
su cuerpo físico y pronto flotó
a una cierta distancia por
encima de su cama. Nos contaba,
con humor, cómo desde allí
miraba su cuerpo extendido, que
le parecía pálido y feo. Se
encontraba extrañada y
sorprendida, pero no asustada ni
espantada. Nos contó cómo vio
llegar al equipo de reanimación
y nos explicó con detalle quién
llegó primero y quién último. No
sólo escuchó claramente cada
palabra de la conversación, sino
que pudo leer igualmente los
pensamientos de cada uno. Tenía
ganas de interpelarlos para
decirles que no se dieran prisa
puesto que se encontraba bien,
pero pronto comprendió que los
demás no la oían. La señora
Schwartz decidió entonces
detener sus esfuerzos y perdió
su conciencia. Fue declarada
muerta cuarenta y cinco minutos
después de empezar la
reanimación, y dio signos de
vida después, viviendo todavía
un año y medio más. Su relato no
fue el único. Mucha gente
abandona su cuerpo en el
transcurso de una reanimación o
una intervención quirúrgica y
observa, efectivamente, dicha
intervención”. |
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La doctora Kübler-Ross añade que “otro caso
bastante dramático fue el de un hombre que perdió a sus suegros, a
su mujer y a sus ocho hijos, que murieron carbonizados luego que la
furgoneta en la que viajaban chocara con un camión cargado con
carburante. Cuando el hombre se enteró del accidente permaneció
semanas en estado de shock, no se volvió a presentar al trabajo, no
era capaz de hablar con nadie, intentó buscar refugio en el alcohol
y las drogas, y terminó tirado en la cuneta, en el sentido literal
de la palabra. Su último recuerdo que tenía de esa vida que llevó
durante dos años fue que estaba acostado, borracho y drogado, sobre
un camino bastante sucio que bordeaba un bosque. Sólo tenía un
pensamiento: no vivir más y reunirse de nuevo con su familia.
Entonces, cuando se encontraba tirado en ese camino, fue atropellado
por un vehículo que no alcanzó a verlo. En ese preciso momento se
encontró él mismo a algunos metros por encima del lugar del
accidente, mirando su cuerpo gravemente herido que yacía en la
carretera. Entonces apareció su familia ante él, radiante de
luminosidad y de amor. Una feliz sonrisa sobre cada rostro. Se
comunicaron con él sin hablar, sólo por transmisión del pensamiento,
y le hicieron saber la alegría y la felicidad que el reencuentro les
proporcionaba. El hombre no fue capaz de darnos a conocer el tiempo
que duró esa comunicación, pero nos dijo que quedó tan violentamente
turbado frente a la salud, la belleza, el resplandor que ofrecían
sus seres queridos, lo mismo que la aceptación de su actual vida y
su amor incondicional, que juró no tocarlos ni seguirlos, sino
volver a su cuerpo terrestre para comunicar al mundo lo que acababa
de vivir, y de ese modo reparar sus vanas tentativas de suicidio.
Enseguida se volvió a encontrar en el lugar del accidente y observó
a distancia cómo el chofer estiraba su cuerpo en el interior del
vehículo. Llegó la ambulancia y vio cómo lo transportaban a la sala
de urgencias de un hospital. Cuando despertó y se recuperó, se juró
a sí mismo no morirse mientras no hubiese tenido ocasión de
compartir la experiencia de una vida después de la muerte con la
mayor cantidad de gente posible”.
La doctora Kübler-Ross añadió “que investigamos casos de pacientes
que estuvieron clínicamente muertos durante algunos minutos y
pudieron explicarnos con precisión cómo los sacaron el cuerpo del
coche accidentado con dos o tres sopletes. O de personas que incluso
nos detallaron el número de la matricula del coche que los atropelló
y continuó su ruta sin detenerse. Una de mis enfermas que sufría
esclerosis y que sólo podía desplazarse utilizando una silla de
ruedas, lo primero que me dijo al volver de una experiencia en el
umbral de la muerte fue: «Doctora Ross, ¡Yo podía bailar de nuevo!»,
o niñas que a consecuencia de una quimioterapia perdieron el pelo y
me dijeron después de una experiencia semejante: «Tenía de nuevo mis
rizos». Parecían que se volvían perfectos. Muchos de mis escépticos
colegas me decían: «Se trata sólo de una proyección del deseo o de
una fantasía provocada por la falta de oxígeno.» Les respondí que
algunos pacientes que sufrían de ceguera total nos contaron con
detalle no sólo el aspecto de la habitación en la que se encontraban
en aquel momento, sino que también fueron capaces de decirnos quién
entró primero en la habitación para reanimarlos, además de
describirnos con precisión el aspecto y la ropa de todos los que
estaban presentes”.
La muerte no existe
La doctora Kübler-Ross aseguró que después de investigar estos casos
concluyó que la muerte no existía en realidad, pues ésta sería no
más que el abandono del cuerpo físico, de la misma manera que la
mariposa deja su capullo de seda. ”Ninguno de mis enfermos que vivió
una experiencia del umbral de la muerte tuvo a continuación miedo a
morir. Ni uno sólo de ellos, ni siquiera los niños. Tuvimos el caso
de una niña de doce años que también estuvo clínicamente muerta.
Independientemente del esplendor magnífico y de la luminosidad
extraordinaria que fueron sido descritos por la mayoría de los
sobrevivientes, lo que este caso tiene de particular es que su
hermano estaba a su lado y la había abrazado con amor y ternura.
Después de haber contado todo esto a su padre, ella le dijo: «Lo
único que no comprendo de todo esto es que en realidad yo no tengo
un hermano.» Su padre se puso a llorar y le contó que, en efecto,
ella había tenido un hermano del que nadie le había hablado hasta
ahora, que había muerto tres meses antes de su nacimiento”.
La doctora agregó que “en varios casos de colisiones frontales,
donde algunos de los miembros de la familia morían en el acto y
otros eran llevados a diferentes hospitales, me tocó ocuparme
particularmente de los niños y sentarme a la cabecera de los que
estaban en estado crítico. Yo sabía con certeza que estos moribundos
no conocían ni cuántos ni quiénes de la familia ya habían muerto a
consecuencia del accidente. En ese momento yo les preguntaba si
estaban dispuestos y si eran capaces de compartir conmigo sus
experiencias. Uno de esos niños moribundos me dijo una vez: «Todo va
bien. Mi madre y Pedro me están esperando ya.» Yo ya sabía que su
madre había muerto en el lugar del accidente, pero ignoraba que
Pedro, su hermano, acababa de fallecer 10 minutos antes”.
La luz al final del túnel
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La doctora Kübler-Ross
explicó que después que abandonar el
cuerpo físico y de reencontrarse con
aquellos seres queridos que
partieron y que uno amó, se pasa por
una fase de transición totalmente
marcada por factores culturales
terrestres, donde aparece un pasaje,
un túnel, un pórtico o la travesía
de un puente. Allí, una luz brilla
al final. “Y esa luz era más blanca,
de una claridad absoluta, a medida
que los pacientes se aproximaban a
ella. Y ellos se sentían llenos del
amor más grande, indescriptible e
incondicional que uno se pudiera
imaginar. No hay palabras para
describirlo. Cuando alguien tiene
una experiencia del umbral de la
muerte, puede mirar esta luz sólo
muy brevemente. De cualquier manera,
cuando se ha visto la luz, ya no se
quiere volver. |
Frente
a esta luz, ellos se daban cuenta por
primera vez de lo que hubieran podido ser.
Vivían la comprensión sin juicio, un amor
incondicional, indescriptible. Y en esta
presencia, que muchos llaman Cristo o Dios,
Amor o Luz, se daban cuenta de que toda
vuestra vida aquí abajo no es más que una. Y
allí se alcanzaba el conocimiento. Conocían
exactamente cada pensamiento que tuvieron en
cada momento de su vida, conocieron cada
acto que hicieron y cada palabra que
pronunciaron. En el momento en que
contemplaron una vez más toda su vida,
interpretaron todas las consecuencias que
resultaron de cada uno de sus pensamientos,
de sus palabras y de cada uno de sus actos.
Muchos se dieron cuenta de que Dios era el
amor incondicional. Después de esa
«revisión» de sus vidas ya no lo culpaban a
Él como responsable de sus destinos. Se
dieron cuenta de que ellos mismos eran sus
peores enemigos, y se reprocharon el haber
dejado pasar tantas ocasiones para crecer.
Sabían ahora que cuando su casa ardió, que
cuando su hijo falleció, cuando su marido
fue herido o cuando sufrieron un ataque de
apoplejía, todos estos golpes de la suerte
representaron posibilidades para
enriquecerse, para crecer”.
La especialista, en este punto, hizo una recomendación a todos
aquellos que sufren el trance de tener cerca a algún ser querido a
punto de morir. “Deben saber que si se acercan al lecho de su padre
o madre moribundos, aunque estén ya en coma profundo, ellos oyen
todo lo que les dicen, y en ningún caso es tarde para expresar «lo
siento», «te amo» o alguna otra cosa que quieran decirles. Nunca es
demasiado tarde para pronunciar estas palabras, aunque sea después
de la muerte, ya que las personas fallecidas siguen oyendo. Incluso
en ese mismo momento se pueden arreglar «asuntos pendientes», aunque
éstos se remonten a diez o veinte años atrás. Se pueden liberar de
su culpabilidad para poder volver a vivir ellos mismos”.
La “conciencia cósmica “ de la doctora Kübler-Ross
La doctora Elizabeth Kübler-Ross, intrigada por todos estos
asombrosos relatos, decidió una vez comprobar por sí misma su
veracidad. Y, luego de ser inducida a una muerte artificial en un
laboratorio médico de Virginia, experimentó dos veces estar fuera de
su cuerpo. “Cuando volví a la conciencia tenía la frase «Shanti
Nilaya», que por cierto no sabía qué significaba, dándome vueltas en
mi cabeza. La noche siguiente la pasé sola, en una pensión aislada
en medio del bosque de Blue Ridge Mountains. Allí, luego de sufrir
inexplicables dolores físicos, fue gratificada con una experiencia
de renacimiento que no podría ser descrita con nuestro lenguaje. Al
principio hubo una oscilación o pulsación muy rápida a nivel del
vientre que se extendió por todo mi cuerpo. Esta vibración se
extendió a todo lo que yo miraba: el techo, la pared, el suelo, los
muebles, la cama, la ventana y hasta el cielo que veía a través de
ella. Los árboles también fueron alcanzados por esta vibración y
finalmente el planeta Tierra. Efectivamente, tenía la impresión de
que la tierra entera vibraba en cada molécula. Después vi algo que
se parecía al capullo de una flor de loto que se abría delante de mí
para convertirse en una flor maravillosa y detrás apareció esa luz
esplendorosa de la que hablaban siempre mis enfermos. Cuando me
aproximé a la luz a través de la flor de loto abierta y vibrante,
fui atraída por ella suavemente pero cada vez con más intensidad.
Fui atraída por el amor inimaginable, incondicional, hasta fundirme
completamente en él. En el instante en que me uní a esa fuente de
luz cesaron todas las vibraciones. Me invadió una gran calma y caí
en un sueño profundo parecido a un trance. Al despertarme caí en el
éxtasis más extraordinario que un ser humano haya vivido sobre la
tierra. Me encontraba en un estado de amor absoluto y admiraba todo
lo que estaba a mi alrededor. Mientras bajaba por una colina estaba
en comunión amorosa, con cada hoja, con cada nube, brizna de hierba
y ser viviente. Sentía incluso las pulsaciones de cada piedrecilla
del camino y pasaba «por encima» de ellas, en el propio sentido del
término, interpelándolas con el pensamiento: «No puedo pisaros, no
puedo haceros daño», y cuando llegué abajo de la colina me di cuenta
de que ninguno de mis pasos había tocado el suelo y no dudé de la
realidad de esta vivencia. Se trataba sencillamente de una
percepción como resultado de la conciencia cósmica. Me fue permitido
reconocer la vida en cada cosa de la naturaleza con este amor que
ahora soy incapaz de formular. Me hicieron falta varios días para
volver a encontrarme bien en mi existencia física, y dedicarme a las
trivialidades de la vida cotidiana como fregar lavar la ropa o
preparar la comida para mi familia. Posteriormente averigué que
“Shanti Nilaya» significa el puerto de paz final que nos espera. Ese
estar en casa al que volveremos un día después de atravesar nuestras
angustias, dolores y sufrimientos, después de haber aprendido a
desembarazarnos de todos los dolores y ser lo que el Creador ha
querido que seamos: seres equilibrados que han comprendido que el
amor verdadero no es posesivo”.
La Dra. Elizabeth Kübler-Ross, luego que en 1995 sufriera una serie
de apoplejías que paralizaron el lado derecho de su cara, falleció
en Scottdale, Arizona, el 24 de agosto del 2004. Se enfrentó a su
propia muerte con la valentía que había afrontado la de los demás, y
con el coraje que aprendió de sus pacientes más pequeños. Sólo pidió
que la despidieran con alegría, lanzando globos al cielo para
anunciar su llegada.
En su lecho de muerte, por cierto, sus amigos y seres queridos le
preguntaron si le temía a la muerte, a lo que ella replicó: «No, de
ningún modo me atemoriza; diría que me produce alegría de antemano.
No tenemos nada que temer de la muerte, pues la muerte no es el fin
sino más bien un radiante comienzo. Nuestra vida en el cuerpo
terrenal sólo representa una parte muy pequeña de nuestra
existencia. Nuestra muerte no es el fin o la aniquilación total,
sino que todavía nos esperan alegrías maravillosas”.
Fuente: http://www.guioteca.com/fenomenos-paranormales/elizabeth-kubler-ross-la-connotada-cientifica-que-confirmo-que-si-existe-el-mas-alla/
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