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8 valiosos consejos para evitar un
divorcio y fortalecer un matrimonio.
1. Comunicarse con la pareja es un factor preventivo esencial. Lo
que no se comunica no se comparte. Lo que no se comparte aleja. Lo
que aleja crea distancias insalvables. Lo que distancia desune. Y lo
que desune acaba por extinguir y disolver cualquier relación, hasta
que cada uno de ellos se transforma en un extraño para el otro.
El silencio y la incomunicación son los mayores enemigos de las
relaciones conyugales.
No deja de ser curioso que el 82% de las mujeres españolas casadas
consideren la incomunicación conyugal como el más frecuente y
primero de sus problemas de pareja.
2. Respetar y admirar al otro: El respeto y la admiración son
también fundamentales como factores de resistencia de los conflictos
de pareja. Para que emerja un conflicto entre los cónyuges
forzosamente antes han tenido que dejar de admirarse.
Cuando se extingue la mutua admiración, la pérdida del respeto —al
inicio sólo gestual y verbal— está cerca.
Esta inicial pérdida de respeto verbal se prolonga en ocasiones
—basta con que estén más irritables o, por un momento, “pierdan los
nervios”— en la pérdida de respeto físico o, dicho sin ningún
eufemismo, en la violencia doméstica.
Es muy difícil que una pareja entre en crisis si la admiración y el
respeto mutuo no sólo se conservan sino que, con el pasar de los
años, se acrece.
3. No rehuir las dificultades y no insistir en las diferencias: Para
tratar de resolver los problemas, lo primero que hay que hacer es
identificarlos y, a continuación, afrontarlos.
Si las dificultades se silencian y “aparcan”, lo que era pequeño se
agranda y lo que en un inicio apenas tenía importancia deviene en el
detonante de la crisis.
La convivencia consiste en buena parte en aprender a resolver con
éxito y conjuntamente los pequeños conflictos de cada día.
Las diferencias entre el hombre y la mujer son imborrables e
inextinguibles. Por eso es de mal gusto insistir en ellas, a tiempo
y a destiempo.
Los hechos diferenciales que singularizan a uno y a otro están ahí
para una excelsa función: la de complementarse, crecer y
enriquecerse recíprocamente.
El respeto por esas diferencias inmodificables constituye una
excelente oportunidad para que ambos se conozcan mejor a ellos
mismos.
4. Es imprescindible dedicar tiempo, paciencia y ternura al otro
cónyuge: el amor exige tiempo, atención y dedicación vigilante.
Quien no atiende no entiende. Quien marcha siempre con prisa no
puede advertir la realidad del otro, por la sencilla razón de que
atraviesa su ámbito espacial sin dejarse asombrar ni afectar por la
presencia de su pareja.
Entre las personas que se quieren hay que disponer de la necesaria
paciencia, por lo menos de la misma paciencia que precisa la crianza
y buena educación de un niño pequeño.
Si se dan las condiciones anteriores, la ternura acaba por emerger e
invadir la intimidad del otro y, entonces y sólo entonces,
desaparecerán las quejas acerca de si le han dicho o no que le
quieren, o si le admiran o no, porque la ternura es la demostración
objetiva de ese querer, un grito silencioso más poderoso que
cualquier decir, y que casi nunca pasa inadvertido a las personas.
5. Esforzarse por llevar una vida sexual plena y activa: Las
relaciones sexuales son necesarias en la vida de la pareja. No son,
desde luego, lo primero, pero sí una de las primeras condiciones que
definen a la pareja o el matrimonio y que han de satisfacerse.
La sexualidad puede suponer —y supone, de hecho— un cierto esfuerzo,
sobre todo si —como habría de ser en el matrimonio— cada uno de los
cónyuges se olvida de sí y solo piensa en la plenitud de la
satisfacción del otro.
Hasta en esto la donación recíproca está vigente y no debería ser
omitida, renunciada y mucho menos frustrada.
No deja de ser frecuente que en la pareja se use a veces de la
sexualidad bien para resolver otros conflictos, en que no se llegó a
acuerdo alguno, o bien mediante la negación a ella para seguir
revindicando, guerreando y extendiendo los problemas que asientan en
otros ámbitos de la conyugalidad cuyo contenido es muy diferente.
Lo correcto es que cada problema se resuelva justamente en el ámbito
en que se originó y al que obviamente pertenece, sin dar lugar a
tomarse la revancha en otros ámbitos, que en modo alguno son afines
a aquel y no pueden sustituirlo.
6. Establecer y respetar el necesario ámbito de libertad personal
del otro: Que hombre y mujer sean “una sola carne»” no ha de tomarse
como una unión tal que conlleva a la fusión entre ellos y a la
confusión de sus personas.
El matrimonio, desde luego, les constituye en una sola carne, pero
al mismo tiempo —he aquí el misterio— conserva en su integridad
aspectos diferenciales de las genuinas personalidades de cada uno de
ellos.
Como consecuencia, es preciso establecer cuál es el necesario ámbito
de libertad que es más apropiado a cada uno de ellos y que el otro
no puede, no debe forzar ni dejar de respetar.
En el escenario de la profesión, por ejemplo, esta es una exigencia
ética que jamás debería ser conculcada.
7. Mantener un reparto equilibrado y flexible de tareas y roles: Las
diversas cualidades de cada uno de los cónyuges, su propia
singularidad y la eficiencia que deriva de la división del trabajo
exige este reparto de funciones entre ellos.
Lo lógico es que el más dotado para una determinada tarea o al que
le cueste menos esfuerzo llevarla a cabo sea el que tenga que
desempeñarla.
No se trata de “arrimar el hombro” a los menesteres menos agradables
para cargar las espaldas del otro. Se trata tan solo de ser más
eficaces, pero sin hundirse en el utilitarismo funcionalista.
Por eso es también conveniente que si uno de ellos advierte que al
otro el desempeño de una función le supone mucho esfuerzo, se
adelante y la haga o le ayude mientras la realiza.
La pareja no está constituida para restar, sino para sumar; está
para multiplicar en lugar de dividir, para tener más en cuenta lo
que les une que lo que les separa.
En cierto sentido, marido y mujer devienen en cofundadores, a partes
iguales, de una sola y única empresa, en la que no puede precisarse
qué es de cada uno de ellos, porque lo que es de uno es también del
otro, porque todo es de los dos.
Aquí los dos son corresponsables, coexistentes y copartícipes de
todo cuanto les acontezca a ambos.
8. Fomentar una cierta complicidad añadida: El mismo tejido de la
pareja está reñido con la incomprensión y el sentimiento de soledad.
La pareja es compañía, ausencia de soledad, comunión.
No es infrecuente la presencia de parejas que posiblemente se
quieren mucho entre ellos y son muy equilibradas, pero se percibe
que les falta algo. Son marido y mujer y excelentes padre y madre,
pero… ¡no son compañeros!, la vida de uno no ha sido compañía
inseparable de la vida del otro.
En estos casos lo que falta es esa generosidad para abrir la
intimidad —lo que más les suele costar— y ofrecerla y regalarla
gustosamente al otro.
Cuando ambos devienen en compañeros —en buenos compañeros, se
entiende—, el regalo de la intimidad se desborda y surge esa alegría
vital, que no se puede ocultar en quienes se sienten cómplices y
realmente lo son de sus propios afanes, ilusiones, deseos,
expectativas, fantasías, decires, sentimientos, proyectos,
pensamientos y recuerdos.
Aquilino Polaino-Lorente
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